Dalamino

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Cuarentena definitiva

Aún tengo mucho que corregir, pero la versión actual comienza así:

Murió más de una cuarta parte de la población mundial y las consignas de confinamiento se alargaron indefinidamente. Tras la última mutación del virus, se impuso una cuarentena muy estricta, circunstancia aprovechada por dos gigantes para ampliar sus tentáculos y enterrar los cadáveres de la economía local. AliX y Mamazon establecieron la distribución de pedidos a través de drones semi-autónomos, e incluso el Estado prefirió contratar los económicos servicios de estas compañías para racionar comida a una parte de la población sin recursos. Los drones acudían a las ventanas de las viviendas y emitían una melodía infantil para avisar al residente que el pedido había llegado. La compra consistía casi con toda seguridad en cereales, pasta, y latas de conserva. Toda la verdura venía enlatada. La única carne que se podía adquirir fuera de los poco fiables circuitos locales o de la darknet, venía ---también enlatada--- bajo el logo de la gallina sonriente de RANCHO (Rancho Abuelo Nicolás Chopo) envuelto en un pentagrama ondulado y salpicado de corcheas, pues las gallinas eran criadas “con mucho cariño y música clásica”, según insistía la publicidad; y dentro se hallaba una especie de paté con verdadero aspecto de comida para perros. Numerosas obligaciones habían quedado en una especie de pausa indefinida, y ya casi ningún inquilino pagaba el alquiler de su vivienda, fuera por verdadera falta de recursos o por aprovechamiento de las circunstacias, y si algún propietario se molestaba en reclamarlo no era ya por vías legales convencionales, ---el tejido judicial del Estado había llegado a una condición de muerto viviente---, sino que era más eficaz, rápido, fiable y barato pagar en cryptodinero a un alias para que fuera a poner al inquilino en la calle por medio de la fuerza bruta. En secciones del paisaje urbanístico la naturaleza se apropiaba rápidamente del territorio artificial, poblaciones de especies no humanas reconquistaban los espacios inocupados y los devoraban. No todos los paises ni ciudades se veían afectados igual, y dentro de una ciudad, sus barrios no corrían la misma fortuna. Así, independientemente de lo que las noticias dijeran, el que se aventuraba a salir fuera podía encontrar: bien calles completamente vacías, bien tropas militares o aparentemente militares, o bien lo que los medios vinieron a calificar como grupos alborotadores. La sensación de peligro no desaparecía fácilmente, pues incluso las calles vacías eran territorio de animales salvajes que hacían sus madrigueras en inmuebles donde ya no quedaban residentes con la capacidad de respirar; criaturas a veces de especies desconocidas e incluso seres enigmáticos que podrían calificarse de paranormales, según decían algunas noticias. Las noticias... Todo testimonio y rumor tenía cabida en las bocas de los periodistas, coformándose así en los un mosaico de mundos posibles. Los mensajes supuestamente oficiales a veces se contradecían con cada comunicado, cuando no el mismo comunicado era una contradicción en sí. Los rumores eran numerosos y a veces los más duramente denostados pasaban de la noche a la mañana a confirmarse como dato oficial, mientras que algunos datos oficiales se volvían meros rumores que en realidad nadie había respaldado. Los canales de comunicación no contaban con los recursos o intenciones necesarias para hacer una seria criba, y otorgaban más minutos a lo que prometía generar más audiencia. En fin, que las noticias siguieron como siempre, aún en estos tiempos que reclamaban seriedad.

En un principio, muy al principio, antes de la gran mutación del virus, cuando la pandemía se confirmaba, muchos recibieron la orden de confinamiento con serenidad y hasta entusiasmo. Fue así para los poetas Lucius Cornelius Celer, Marcus Gabinius Aculeo y Titus Pompeius Lurco. En el caso de ellos podría decirse, con un ápice de exageración pero también de desacomplejada honestidad, que nacieron con el confinamiento y que antes de él no fueron. El mundo exterior ya no iba a ser esa mina de obstáculos a sus pasiones y sueños, las demandas de los entes extramuros, los requisitos de la vida normal, los compromisos sociales, et caetera, todo ello no debía ya impedir que pudieran alcanzar los frutos que solo la dedicación continua a su cultivo podía proporcionarles. Así pues, los tres poetas L. Cornelius Celer, M. Gabinius Aculeo y T. Pompeius Lurco, se embarcaron, una vez superadas las primeras impresiones y reacciones típicas ante tan inédita situación, en una serie de desafíos creativos en apariencia inocentes y lúdicos que no obstante moldeó nuevas almas dentro de sus caparazones cárnicos.

Los tres eran, en cuanto a intereses comunes y otros rasgos del espíritu, lo suficientemente parecidos para que la primera semana de ---la primera--- cuarentena los condujera al mismo punto en el que acabarían iniciando una extraña amistad. Fue el duodécimo día de su primer encuentro y tras innumerables discusiones en torno a la cultura clásica, cuando decidieron adoptar esos nombres. Era una manera de rendir culto a la antigua Roma e inaugurar el inicio de una seria dedicación al aprendizaje de la lengua latina. Pero imagino que también era precisamente porque ese destierro que suponía la cuarentena apelaba a la creación de una nueva tierra. El confinamiento era una oportunidad irrepetible de reinventarse.

Un análisis serio, pero con la simplificación y sesgo requeridos, de sus personalidades habría podido dar un diagrama en el que tres circunferencias de distintos colores tendrían areas intersolapadas, con una gran area común en el centro del esquema donde la superposición de los tres colores conforma uno nuevo. En esa intersección es donde ocurrían las conversaciones y juegos acerca de la vida en la antigua Roma, la mitología clásica, la poesía, y otros temas afines.

Y esa área común gozaba de una importancia creciente que transformaba también las secciones descubiertas de los círculos.

Esta afición se formó con las semillitas de cada uno, y creció entre los tres como una nueva cosa autónoma, ahí, a la vista de todos. Pero esta cosa a su vez plantó semillas discretas en cada uno de ellos. Y así cada uno de ellos tomó en secreto un camino divergente, un interés diferente —pero que en realidad era un apéndice del primero— que desarrollaron al mismo tiempo pero a escondidas.

Aculeo partió de su curiosidad por los números romanos y la historia de las matemáticas, pasó por alguna lectura fugaz de fragmentos de Leibniz, y se entregó a estudiar cuestiones de probabilidad y la teoría del caos, y así desarrolló poco a poco lo que quizá cualquiera habría calificado de adicción al juego, pero que a su propio juicio era solo un pasatiempo que por el momento le estaba proporcionando dosis de euforia y un digno aumento del poder adquisitivo. No habló de esto con los otros dos, por temor a que lo juzgaran algo demasiado superficial y materialista, aún cuando su afición partía de una visión sacra y casi mística de las matemáticas, y un respeto reverencial por el azar.

Celer, quien practicó su latín leyendo el Nuevo Testamento de la Vulgata, se interesó cada vez más por el impacto de Jesús de Nazaret en el Imperium y en la historia de Occidente, leyó a los padres de la Iglesia, y comenzó un blog bajo pseudónymo desconocido en el que hablaba acerca del Christianismo primitivo y anarco-sindicalista. Pero no reveló este interés a sus compañeros, ya que al ser el Christianismo la confesión mayoritaría en la sociedad en la que crecieron, temía Celer pasar por un tipo demasiado convencional, quizá incluso afín a los estratos más rancios de la sociedad.

Lurco por su parte leyó acerca de Iamblichus, Plotinus, y los dioses egipcios, lo suficiente para detonar su imaginación y llevarle a diseñar un systema theúrgico que practicó en solitario haciendo uso de objetos físicos de alta carga simbólica y oraciones en latín, todo con el fin de orquestarse correctamente con los daimones pertinentes y situar su alma en armonía con el cosmos, alejándola así lo máximo posible del error y del mal. No dijo nada a sus compañeros, porque temía que pensaran que se había tomado demasiado en serio el interés por las religiones antiguas.

Durante el primer periodo de la pandemia hubo un par de intentos de volver a la normalidad. Las familias y amigos aprovechaban el desconfinamiento para reencontrarse, y la gente volvía con furia a los viejos hábitos; y así los contagios despegaban y rápidamente la civilización notaba requebrajarse el fino hielo sobre el que se movía. Tras la gran mutación la cosa empeoró aún más. Una drástica tercera cuarentena tuvo que prolongarse muchísimo más allá del estricto sentido de la palabra.

Los tres poetas no eran quizá amigos como lo entendería una persona media, pero si aquello no era amistad debía ser algo muy parecido pues no tenían otras personas que desearan tanto encontrar una vez se levantara el estado de alarma y las cosas volvieran a esa nueva normalidad de la que tanto se hablaba, y que parecía que nunca iba a llegar.

Era verano cuando las noticias parecieron ponerse de acuerdo en que el confinamiento iba por fin a darse por terminado, solo faltaba que el presidente lo anunciase. Viendo el desconfinamiento ya como algo inminente y no una posibilidad remota, los tres empezaron a tomar cuenta de su condición de fantasmas en el cyber-espacio, pues nunca se habían visto ni oído, sino tan solo leído.

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Fin de cuarentena definitva estará pronto publicado en su forma íntegra y disponible aquí para descarga.